martes, 26 de agosto de 2014

VAMOS A LA PLAYA











El acceso         
     En el cielo sin nubes, el sol luce dominador sobre un fondo azul un tanto descolorido, hoy hará calor otra vez, el frescor de la brisa marina debe ser una leyenda urbana. Avanzo entre coches aparcados, en una ventanilla veo mi imagen reflejada, voy cargado con mochila, sombrilla, toalla… al menos ya no tengo que llevar el cubito del niño, ni la colchoneta hinchada. En el fondo de la mochila llevo ese libro que creo que debo leer, aunque soy incapaz de pasar de las dos primeras páginas, junto a él una lectura más entretenida y la libreta para dibujar, en fin lo necesario para pasar las horas de aburrimiento sobre la arena.
La colonia de mamíferos
La playa es la frontera entre la tierra y el mar.  En ella las olas arrojan sus presentes como agradecimiento por los nutrientes aportados desde la tierra por los ríos y el viento. Ahora “limpian” las playas y desaparecen estas ofrendas junto con la basura de origen humano.  Ya no se ven las bolas de las fibras de posidonia, ni los crustáceos saltadores que había en los montones de algas. Lo mismo ocurre con los caparazones de los animales marinos, ya no se escucha el tintineo de las conchas mecidas por olas mínimas, ahora ahogado por el bullicio playero. De niño me gustaba ir a la playa después de los temporales para ver todos estos seres de las profundidades del mar, inalcanzables de otra forma, que hacían del paseo por la orilla un viaje de descubrimiento de los secretos del mar.
Insolación activa, exponer los rincones corporales al sol directo
Contemplo ahora esta playa, si quitamos las sombrillas me recuerda esas imágenes de las colonias de focas y elefantes marinos de los documentales, (que nadie se ofenda, no se trata de volúmenes sino de actitudes), en descanso activo o en actividad descansada.  Para estos mamíferos marinos la playa es además un lugar de reproducción donde encontrar pareja, copular, parir y amantar a las crías.
Recuerdo un playa urbana: arena, paseo de obra con raquíticas palmeras y un fondo de edificios, una imagen paradisiaca del horror de la costa urbanizada. En las tollas sobre la arena ellas untaban su cuerpo con bronceador; cerca, ellos jugaban a luchar. ¡Cuanto más bronceador, cuanto mejor extendido, más activa era la exhibición atlética, sin duda una coincidencia.
La duna libidinosa
Al final del paseo hay una duna de arena, o lo que queda de ella; está medio poblada de plantas adaptadas al salitre, al viento abrasivo cargado de arena, al suelo suelto en contínuo movimiento, a la falta de agua, al calor que desprende la arena a mediodía.  Los organismos de la primera línea de las dunas son héroes que luchan contra las condiciones ambientales, creando un ambiente mejor para los que vienen detrás. Pero no pueden con el pisoteo, ni aún menos con la urbanización de la costa. Más hacia el interior, a barlovento, pinos y arbustos se funden en un espeso seto en forma de cuña.  Las yemas del año seguramente serán podadas por el viento cargado de sal de las tormentas de levante.  Por eso la vegetación toma forma aerodinámica para ofrecer la mínima superficie al viento.  A sotavento diminutos bosquecillos de pinos de troncos retorcidos con muchas ramas secas. De vez en cuando, un hombre solitario se sube a lo alto de la duna, durante unos segundos o minutos se queda oteado el horizonte, como viendo, como dejándose ver. A veces desaparece entre los pinos.  A veces poco después, otro hombre lo sigue convencido.
Directamente proporcionales
¿Qué hago yo aquí?
Seguramente vigilar mi inversión, la perpetuación de mis genes y los de mi mujer. Él, en este preciso instante, después de abandonar el castillo de arena, la partida con las palas, el cubo con los cangrejos, y la pelota hinchable esa que siempre va a parar al vecino más malhumorado, está dando saltos entre las olas, como el niño que es. Hay dos estrategias reproductivas, (llamadas “r” y “K”).  En la primera, el éxito depende del número de descendientes, cuantos más mejor; pero luego no hay un esfuerzo en cuidarlos.  El ejemplo más claro son los peces que ponen miles de huevos y los abandonan a su suerte; será un éxito si unos pocos salen adelante. La segunda estrategia ya más humana se basa en tener pocos descendientes, pero es necesario aplicar un gran esfuerzo en criarlos, tutelándolos durante un largo periodo hasta que son válidos por sí mismos. Para mantener este esfuerzo a lo largo del tiempo, por encima de los recuerdos de vida anterior, la bioquímica viene en nuestra ayuda y segregamos unas hormonas: la oxitocina y la vasopresina, también llamadas las hormonas de la satisfacción. Ese es el verdadero premio a nuestro esfuerzo, por encima del cansancio, el aburrimiento y los enfados: “el nuestro el más majo”.

viernes, 15 de agosto de 2014

LABAZA (II, EL LAGO)

Ibon de Labaza, al fondo entre otros el Garmonegro


El aspecto del paisaje en un día soleado del verano es seco y emocionalmente desolador, especialmente si no te gustan los lugares aislados, con escasas muestras de vida y con la referencia de actividades humanas reducida a pequeños mojones de piedras dispersos y que en su conjunto definen el camino de acceso.
Curiosamente aquí hay un ibón (lago) formado por el agua del deshielo, cristalina, pura, tan pura que supone un problema para la vida, pues no tiene casi nutrientes y de hecho no se ven plantas en la orilla, ni bajo el agua, tampoco larvas de anfibios realizando la metamorfosis, ni insectos acuáticos. Solo una pátina pardusca recubre partes de roca, seguramente son sedimentos con algún alga primitiva, esto dicho con la seguridad de saber que siempre hay vida, aunque solo sean bacterias a pesar de las condiciones más espartanas.
Si al menos alrededor del ibón hubiera más pasto, este atraería a sarrios y a ovejas, y  sus cagaletas lavadas por la lluvia aportarían nutrientes al agua haciéndolo más rico en vida; pero son tan pequeños los parches de pasto que dudo que les compense a los herbívoros acercarse a ellos.
A pesar del aspecto seco del valle, del ibón sale gran cantidad de agua que, como tiene que pasar entre piedras, en algunos recodos la corriente ha ido acumulando lo que parece ser una película orgánica. Si perdemos un poco de tiempo en mirarla (siempre hay que dedicarle tiempo a las cosas insignificantes) vemos que son las “pieles” de las larvas de mosquitos, seguramente de los mismos que me doy cuenta ahora que revolotean a mi alrededor no sé si con curiosidad o con hambre, y que debajo del agua, sobre la roca, hay unas manchas verdes cubiertas de burbujas de aire, no son algas sino musgos acuáticos.
Piscardos, Phoxinus phoxinus  
Mientras contemplo estas insignificancias, en el ibón oigo un chapoteo y aunque veo las ondas en la superficie del agua no distingo quien lo ha provocado, entonces al fijarme en el fondo descubro lo que parecen ser pistas de algún invertebrado que ha pasado arrastrándose por encima de los sedimentos que cubren la roca. Sigo la corriente y el musgo acuático cubre prácticamente en lecho de rocas que desagua en otro pequeño ibón, también parece sin vida pero de la orilla calentada por el sol surge un banco de pequeños peces. Alguien debió pensar que estos lagos aparentemente sin vida donde nunca ha habido peces serían un buen lugar de pesca, por eso introdujeron truchas y para que estas se desarrollaran bien también introdujeron piscardos para que fueran su alimento. Esto debió funcionar hasta que las truchas se empezaron a reproducir y los piscardos a alimentarse de las puestas y alevines de estas. Resultado, en el mejor de los casos grandes bancos de piscardos, y unas solitarias y enormes truchas sin descendencia, y toda la vida de estos lagos alterada.
Ahora que el agua parece llena de vida las orillas también, un lagartija se solea a más de 2400 metros de altitud, vivir aquí es toda una hazaña para un ser tan pequeño y de “sangre fría”, un par de armiños saltan jugando entre las piedras, si ellos están aquí también habrá roedores, y una pareja de sarrios se escabulle de la mirada ante un territorio que parecía desierto pero por supuesto no lo está. Un fantástico lugar donde disfrutar de cómo la vida se desarrolla incluso en los lugares más hostiles.

jueves, 7 de agosto de 2014

LABAZA (I, EL DESIERTO)



Tronco de pino tumbado por un alud
          Hay desiertos, zonas desiertas y otras que parecen desiertas. Las primeras son zonas con muy pocas precipitaciones, incluso pueden pasar varios años sin llover; las segundas son lugares despoblados y, las últimas, acaban siendo lo contrario de lo que parecen.
Sino no fuera porque es esto lo que voy buscando, el panorama sería desolador. Después de un importante repecho desde el fondo del valle he llegado a Labaza, un circo de afiladas crestas de granito que limita una cubeta de roca viva y cascotes, en este lugar los líquenes que viven sobre la roca parecen ser los reyes de la creación pues las cubren casi totalmente, y aparte de ellos solo hay pequeños y dispersos parches de tasca (prado) y unos pimpollos de pino negro que por su aspecto parecen que de vivir más lo harán en un estado de agonía continua, pero así es la vida en la alta montaña.
Uno de los ibones  de Labaza y el valle desde el que accedemos, Panticosa
Curiosamente el aspecto desértico del lugar no es por la altitud, pues cerca hay otras zonas con un lujuriante tapiz de tasca, rododendros y pinos de verdad. Ni tampoco por el clima, pues aquí hay suficientes precipitaciones, de hecho hay varios puntos de agua uno de ellos un gran lago, aparte de otros 3 ó 4 más pequeños, un torrente con cascada incluida, algunos manantiales, etc. De hecho el exceso de precipitaciones es un problema en invierno, pues  la nieve se acumula y de vez en cuando se desliza ladera abajo en forma de alud, los pinos que hay ladera abajo con las ramas rotas, arrancadas, con troncos inclinados, pegados al suelo, partidos son la prueba patente, y el topónimo Labaza significa precisamente pasillo de avalancha o canal de aludes
Aquí el problema parece ser la falta de suelo, como atestigua la morrena de la Pequeña Edad del Hielo, un último coletazo de las glaciaciones, una época fría que hizo que en nuestro medioevo aquí hubiera un glaciar; este se derritió hace tiempo pero aún no lo suficiente para que el granito se haya meteorizado liberando los escasos nutrientes que contiene.
*Morrena de la Pequeña Edad del Hielo
Sin suelo las plantas lo tienen muy difícil, no solo la falta de lugar donde enraizar sino también la falta de los nutrientes o el agua que se acumula en él, si no existe suelo el agua resbala pasando de largo de camino al fondo del valle. Con estas limitaciones las plantas son escasas.
Mientras pasan los años, cientos o miles, el paisaje mineral domina, el suelo no se forma rápidamente, de hecho los suelos de alta montaña se consideran formados en épocas pasadas mucho más cálidas y mantenidos hasta la actualidad. Mientras el polvo que transporta el viento, la acción de los líquenes y la meteorización del granito que se descompone en granos de arena y arcilla, se ira acumulando muy lentamente como capital inicial de futuro suelo, que nosotros no veremos.
(continuará)