martes, 8 de diciembre de 2015

LA GUERRILLA POR LA LUZ


Hiedras trepando por los troncos de pinos silvestres 
Hasta ahora hemos visto que el bosque era el dominio de los poderosos, los árboles más grandes abrían sus ramas en el dosel y negaban la luz a las plantas de menor porte, desde arbustos a hierbas pasando incluso por arbolillos de su propia descendencia. Bajo ellos solo la luz residual teñida de verde y el centelleo de los rayos solares que se abren entre el follaje cuando el viento lo descoloca llega al suelo del bosque, y con ello han de vivir el resto de las plantas.

Las plantas del suelo del bosque (nemorales) aceptan esta condición, son capaces de completar su ciclo vital con los restos de la luz  y con la mayor humedad que proporciona el bosque. Suelen ser plantas madrugadoras que florecen antes de que el bosque se cubra de hojas en la primavera y que sobreviven gracias a sus adaptaciones a estas condiciones, de hecho, si elimináramos los árboles y su sombra, desaparecerían rápidamente.
Otras plantas esperan pacientemente la caída de los señores del bosque, algún día el viento, un rayo o simplemente la edad hará caer a uno de estos colosos que seguramente sea su padre, entonces comenzará la carrera con sus hermanos a ver quien crece más deprisa y ocupa el lugar de su antecesor condenando a la desaparición a su competidores, “el esclavo no quiere ser libre, solo quiere ser amo”, como digno heredero de la bóveda forestal.
Mientras, en el suelo, hay plantas que no se conforman con su situación, no les basta con la tenue e irregular luz del interior del bosque, aspiran a más, y si no a desafiar a los colosos al menos aprovecharse de la situación privilegiada de estos. En lugar de invertir en acumular celulosa y lignina para construir el tronco con que llegar a la luz, invierten en órganos con los que agarrarse a los árboles: zarcillos, raíces adventicias, aguijones, tallos y hojas que crecen enroscándose, todo vale para conseguir lo que es de todos, la luz del sol. 
Tallos colgantes a modo de lianas de clemátide o petiquera
Y así, en el bosque, vemos como los tallos de la hiedra reptan, abrazan y forran con sus hojas anchas y de color verde oscuro los troncos de los árboles. La clemátide o petiquera va un paso más allá, no se conforma con el tronco, quiere llegar a la copa, desde el suelo emite frágiles tallos, su secreto está en la simplicidad y la ligereza, carece de órganos con los que agarrarse y son su propias hojas las que se enroscan sobre las ramillas de la planta soporte; un arbusto le permite auparse sobre las ramas bajas de un árbol, una vez afianzada en una se yergue hasta la siguiente y así avanza hacia el cielo. En algunos árboles sus ramas bajas, ya muertas y secas, son un trenzado de tallos de clemátide, si estas ramas desaparecen el tallo de nuestra trepadora quedará colgando como la liana que es, desde la copa  hasta el suelo donde hunde sus raíces. Su tallo es mas parecido a una manguera que a otra cosa, pues solo lo necesita para que sus vasos conduzcan la savia bruta desde las raíces hacia las hojas y la sabia elaborada en dirección contraria. Aunque la clemátide solo se apoya en el árbol, en arbolillos jóvenes llega a cubrir sus copas con su propio follaje agotándolos por el peso y la poca luz que les deja, y los puede debilitar hasta el punto que un ráfaga del viento lo tumbe, y entonces es  el fin de ambos.
Tallos y frutos del muerdago o besque

      Pero hay plantas que van un poco más lejos, consiguen que sus semillas alcancen las copas de los árboles en el interior del buche de los pájaros. Estos comen los frutos del muérdago o besque, y las semillas pasan por el interior del tubo digestivo del ave, pero el fruto no solo ha sido la golosina que ha atraído al animal, hace que sus excrementos sean muy pegajosos y que las semillas que van con ellos se queden adheridas ahí donde caen, si es en la rama adecuada la planta ya esta situada. Ahora viene el problema de las raíces, el suelo está a muchos metros más abajo pero la planta no necesita llegar a él, pues la semilla emite una raíz que se hunde bajo la corteza del árbol, y así el muérdago “con las raíces en el cielo”, se alimentará de la savia bruta de su árbol soporte y con la clorofila de sus propias hojas el muérdago la transformará en savia elaborada con la que vivirá, a veces el tamaño no importa para llegar al cielo, importa la estrategia.

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