lunes, 8 de enero de 2018

LA (AUTO) INVITADA A COMER

         
Escena 1: La culebra de agua de collar Natrix natrix atrapa a un sapo común Bufo bufo por una pata delantera
A veces estamos más rodeados de la naturaleza de lo que nos parece, lo más habitual es que muchos de sus integrantes pasen desapercibidos ante nosotros, pero de vez en cuando podemos ser testigos de algún instante extraordinario, al menos para nosotros, pues para la propia naturaleza seguramente no sea mas que “otro día en la oficina”.
         Eso me ocurrió este verano en el jardín de la casa del pueblo, un pequeña superficie no más grande que el salón de una vivienda con unas jardineras con plantas, uno de cuyos lados limita con la “era” donde maniobra el tractor y demás vehículos, y lo siguiente son campos de secano.
         Bueno cinco personas lo estuvimos limpiando durante una mañana, satisfechos de nuestra obra alguien pensó en aprovechar para comer en él.  Extendimos el mantel y cuando estábamos en la cocina de la casa preparando el resto de elementos, mi hijo llego corriendo excitado: ¡Papí, hay una serpiente comiéndose un sapo en el jardín!, me pareció increíble con el follón que habíamos montado en él un rato antes y que no los hubiéramos visto. Pero ahí estaban sobre la grava, un sapo del tamaño del puño de un adulto atrapado por una pata delantera por un culebra de agua de collar de unos 60 cm de longitud.
        
Escena 2: Pese a los esfuerzos del sapo la serpiente no solo no suelta al sapo sino que es capaz de mover las mandíbulas para situar la cabeza del sapo en su boca.
Las estrategias eran sencillas: el sapo no se dejaba engullir, por lo que intentaba arrastrarse por el suelo con el resto de extremidades para zafarse del mordisco y con el cuerpo hinchado como un globo para aparentar más tamaño y lanzar el mensaje de: no me podrás tragar; y la serpiente no solo no soltaba el mordisco sino que lentamente iba desplazando las mandíbulas hacia la cabeza del sapo, pues solo lo podría tragar si empezaba por la cabeza.
         Por supuesto no comimos en le jardín, y yo lo hice yendo y viniendo, para ver como comía la autoinvitada.
         Bueno la cosa fue avanzando, la serpiente ya tenia la cabeza del sapo en su boca y este permanecía hinchado e intentado oponer resistencia, incluso me fije como las mandíbulas presionaban sobre las glándulas parotídeas del sapo, que son esos abultamientos alargados que tiene los sapos en la cabeza por detrás de los ojos, en ellas se produce una potente sustancia que sirve de repelente para la mayoría de los depredadores cuando los muerden, y sino no le hacen caso actúa como veneno.
         Era evidente de que en este caso no funcionaba, como ocurre cuando la relación presa-depredador es muy estrecha y viene de tiempo atrás; las defensas de las presas al final son neutralizadas por sus depredadores específicos, entonces la presa aumenta la intensidad o desarrolla nuevas defensas que funciona durante un tiempo hasta que el depredador consigue neutralizarlas de nuevo, y así sucesivamente; consecuencia las presas se van haciendo más tóxicas y sus depredadores más resistentes a esos tóxicos. 
        
Escena 3 y final: El sapo se encuentra ya dentro de la serpiente, el proceso ha durado más de una hora.
Aún seguía hinchado cuando la cabeza del sapo desapareció dentro de la boca de la serpiente, después las patas anteriores y el resto del cuerpo.
         Cuando la última porción del sapo paso por la garganta de la serpiente esta irguió la cabeza y volvió a encajar las mandíbulas. La forma de alimentación de las serpientes obliga a que estas tengan las mandíbulas unidas por cartílagos por lo que toda su boca se pueda adaptar a contornos que parecen increíbles.
         Fue más de una hora lo que duró esta comida, la serpiente con el bulto enorme del sapo en su interior se quedo inmóvil tardaría mucho en digerir esta comida, así que la deje reposar con la idea de un rato después y con mucho cuidado para que no regurgitara la presa, y tanto su esfuerzo como la vida del sapo o hubieran servido para nada, meterla en un caja y llevarla fuera del jardín.
         Pero cuando volví la serpiente ya no estaba y aunque la busque no la encontré, ni la he vuelto a ver.  El instante extraordinario desapreció tal y como apareció, sin darnos cuenta.


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