En las salidas al campo cada uno tiene sus métodos:
Yo, cuando disponía de mucho tiempo, salía a ver, a vagar, a
pasear o caminar esperando encontrar algo. Muchas veces algo tan sutil como
estético, un cambio de luces, unas nubes interesantes, o la luna saliendo por
el horizonte.
Pero hay otra forma
de salir, y es salir con un objetivo previo, como buscar algún elemento de la
naturaleza por el que sientas curiosidad.
Uno de los primeros objetivos de mi búsqueda fue una planta
de hojas grandes, con flores también grandes que recuerdan a la cala. De hecho
son parientes, la cultivada y la silvestre, Arum
italicum o aro. En el primer encuentro con ella solo vi el tallo con la
pequeña piña de sus frutos rojos. Ya sabía el lugar, solo había que encontrar
el momento, porque esta planta cuando
fructifica carece de hojas. Como este encuentro fue a finales de primavera lo
lógico era pensar que al ser una planta grande le costaba arrancar y tendría
hojas en verano. Pero cuando volví bien entrado el verano no había hojas, por
lo que yo imaginé que en otoño tampoco tendría. Pensé que a pesar de su tamaño
seguramente sería una planta anual, y que a lo mejor no volvería a salir en el
mismo sitio, así que me olvidé del lugar y de las fechas
Y … fueron pasando las estaciones y los años … hasta que en un pequeño regato de agua, a
principios de primavera, encontré la planta con hojas y flores, bueno, son
agrupaciones de flores en un mismo tallo llamado espádice, rodeadas de lo que
no es un gigantesco pétalo sino una bráctea llamada espata.
Como tiene tubérculos, conseguí una patata de la planta y la
puse en una maceta. Vigilada de cerca, pude comprobar que es la planta “al
revés”.
A principios de primavera ya tiene las hojas bien
desarrolladas y florece. Sus flores son grandes pero se quedan ocultas entre
las grandes hojas. Sus polinizadores las encuentran por el aroma típico de los
aros, por tanto no necesitan ser muy visibles.
A finales de primavera la flor ha sido fecundada y empiezan
a madurar los frutos apiñados en lo alto del tallo foral. Al marchitarse la
bráctea que hacía de pétalo los vemos. Pero a la vez las hojas comienzan a
marchitarse, de forma que cuando los frutos están maduros exhibiendo su color
rojo, las hojas ya han desparecido. Si la flor permanecía oculta, las
infrutiscencias de color rojo destacan en lo alto de un tallo sin nada que las oculte. De este modo las
aves las ven con facilidad y al alimentarse de sus frutos dispersan las semillas.
En pleno verano no queda nada de nuestra planta, nada
visible en la superficie, pero bajo el suelo están los tubérculos. A finales de
verano cuando el día empieza a refrescar algo y coincidiendo con algún aguacero
que empape el suelo, comienzan a salir como pequeños espárragos que no son otra
cosa sino las hojas, que se irán desenrollando progresivamente. Una vez
realizado esto empezará a crecer durante el otoño hasta alcanzar su tamaño
definitivo.
Cuando llegue el invierno, sus hojas estarán plenamente
desarrolladas y expuestas al frío al hielo y la nieve. En los momentos más
crudos perderán turgencia y se apoyarán sobre el suelo, a veces bajo el peso de
la nieve, para una vez pasado el peor momento recuperar su turgencia y su
posición. Así cuando muchas plantas empiezan a desarrollar su follaje, el aro
está a pleno rendimiento, florecerá, fructificará… y, cuando nosotros la
busquemos en verano, como tantas plantas de suelos húmedos que son más bien
tardías, ella ya habrá desaparecido de nuestra vista.
Al conocer ya su
ciclo es más fácil encontrarla. No es raro hallarla en muchos pueblos,
en zonas baldías y cercanías. La
facilidad de plantarla con la patata, favorece su plantado pues tenía uso en
medicina popular. A sus grandes hojas se les retiraba la piel y se aplicaba
sobre las quemaduras para aliviarlas. De ahí su nombre local “matafuegos”.
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