Hasta ahora hemos visto que el bosque era el dominio de
los poderosos, los árboles más grandes abrían sus ramas en el dosel y negaban
la luz a las plantas de menor porte, desde arbustos a hierbas pasando incluso por
arbolillos de su propia descendencia. Bajo ellos solo la luz residual teñida de
verde y el centelleo de los rayos solares que se abren entre el follaje cuando
el viento lo descoloca llega al suelo del bosque, y con ello han de vivir el
resto de las plantas.
Las plantas del suelo del bosque (nemorales) aceptan
esta condición, son capaces de completar su ciclo vital con los restos de la
luz y con la mayor humedad que
proporciona el bosque. Suelen ser plantas madrugadoras que florecen antes de
que el bosque se cubra de hojas en la primavera y que sobreviven gracias a sus
adaptaciones a estas condiciones, de hecho, si elimináramos los árboles y su
sombra, desaparecerían rápidamente.
Otras plantas esperan pacientemente la caída de los
señores del bosque, algún día el viento, un rayo o simplemente la edad hará
caer a uno de estos colosos que seguramente sea su padre, entonces comenzará la
carrera con sus hermanos a ver quien crece más deprisa y ocupa el lugar de su
antecesor condenando a la desaparición a su competidores, “el esclavo no quiere
ser libre, solo quiere ser amo”, como digno heredero de la bóveda forestal.
Mientras, en el suelo, hay plantas que no se conforman
con su situación, no les basta con la tenue e irregular luz del interior del
bosque, aspiran a más, y si no a desafiar a los colosos al menos aprovecharse
de la situación privilegiada de estos. En lugar de invertir en acumular
celulosa y lignina para construir el tronco con que llegar a la luz, invierten
en órganos con los que agarrarse a los árboles: zarcillos, raíces adventicias,
aguijones, tallos y hojas que crecen enroscándose, todo vale para conseguir lo
que es de todos, la luz del sol.
Tallos colgantes a modo de lianas de clemátide o petiquera |
Y así, en el bosque, vemos como los
tallos de la hiedra reptan, abrazan y forran con sus hojas anchas y de color
verde oscuro los troncos de los árboles. La clemátide o petiquera va un paso más allá, no se
conforma con el tronco, quiere llegar a la copa, desde el suelo emite frágiles
tallos, su secreto está en la simplicidad y la ligereza, carece de órganos con
los que agarrarse y son su propias hojas las que se enroscan sobre las ramillas
de la planta soporte; un arbusto le permite auparse sobre las ramas bajas de un árbol, una vez afianzada en una se yergue hasta la siguiente y así avanza hacia
el cielo. En algunos árboles sus ramas bajas, ya muertas y secas, son un trenzado
de tallos de clemátide, si estas ramas desaparecen el tallo de nuestra
trepadora quedará colgando como la liana que es, desde la copa hasta
el suelo donde hunde sus raíces. Su tallo es mas parecido a una manguera que a
otra cosa, pues solo lo necesita para que sus vasos conduzcan la savia bruta desde
las raíces hacia las hojas y la sabia elaborada en dirección contraria. Aunque
la clemátide solo se apoya en el árbol, en arbolillos jóvenes llega a cubrir
sus copas con su propio follaje agotándolos por el peso y la poca luz que les
deja, y los puede debilitar hasta el punto que un ráfaga del viento lo tumbe, y
entonces es el fin de ambos.
Tallos y frutos del muerdago o besque |
Pero hay plantas que van un poco más lejos,
consiguen que sus semillas alcancen las copas de los árboles en el interior del
buche de los pájaros. Estos comen los frutos del muérdago o besque, y las semillas pasan por el
interior del tubo digestivo del ave, pero el fruto no solo ha sido la golosina que
ha atraído al animal, hace que sus excrementos sean muy pegajosos y que las
semillas que van con ellos se queden adheridas ahí donde caen, si es en la rama
adecuada la planta ya esta situada. Ahora viene el problema de las raíces, el
suelo está a muchos metros más abajo pero la planta no necesita llegar a él,
pues la semilla emite una raíz que se hunde bajo la corteza del árbol, y así el
muérdago “con las raíces en el cielo”, se alimentará de la savia bruta de su
árbol soporte y con la clorofila de sus propias hojas el muérdago la
transformará en savia elaborada con la que vivirá, a veces el tamaño no importa
para llegar al cielo, importa la estrategia.
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