lunes, 14 de diciembre de 2015

AWE, "TEMOR REVERENCIAL"


El ambiente no era tranquilizador, las nubes pasaban rápidamente por encima de la cabecera del valle donde me encontraba, su color gris, prieto y lúgubre daba un tanto de dramatismo que acentuaba el ya habitual del lugar, un circo glaciar de paredes muy empinadas rematado por crestas de rocas metamórficas oscuras, casi negras, con los estratos que las formaban plegados hasta el retorcimiento y fracturas que las rompían  creando imponentes canchales en su base. Las paredes delimitaban una pequeña explanada de origen glaciar con su ibón (lago), cuyas aguas eran retenidas por una  antigua morrena, y, a pesar de ser agosto, algunos parches de nieve cubrían aún el suelo; de trecho en trecho aparecían resaltes de cuarcita, el color claro de estos y las formas redondeadas por el pulido del hielo era la única nota amable del entorno.
La ausencia de árboles y hasta de arbustos dejaba a la vegetación reducida a un pasto corto y discontinuo en el mejor de los casos, pues en la mayor parte de la explanada el verde de las plantas no llegaba a cubrir el suelo, dejando a la vista las piedras de la morrena y el polvo (harina de glaciar) resultante de su desgaste. Después de todo éste es un territorio nuevo que apareció cuando se derritió el glaciar, por lo que está aún sin acabar e incompleto, y con el clima de la zona tardara aún tiempo, de hecho gran parte de los suelos de alta montaña son reliquias de épocas más cálidas pues a esta altitud (2450 metros) el periodo de vegetativo de las plantas es de solo unos 72 días al año, de mitad de junio a finales de septiembre, en esas condiciones poco se puede avanzar.

El lugar me recuerda un párrafo de Sueños Árticos del escritor Barry López donde se describe en la tundra junto a la orilla del mar Ártico. Va vestido con el traje de protección de tempestades, pues se aproxima una, y mientras recoge el delicado esqueleto de una avecilla se pregunta cuanto tiempo llevará ahí, pues el reciclado de la materia orgánica con el frío es muy lento. No puedo el evitar comparar: yo estoy en el Pirineo, el cielo no deja de mandarme mensajes sobre la lluvia que va a caer y voy vestido con ropa de montaña de oferta, y encuentro un trozo medio desgastado por el tiempo del cuerno de una oveja, a pesar de la distancia mi mundo no desmerece del descrito por Barry López, sino todo lo contrario, el mío sí es real pues yo estoy en él, por lo que me siento afortunado de que exista, y de que yo este aquí en este preciso momento, contemplando el ambiente previo a la tormenta.
Entiendo la repulsión que suponían estos lugares para algunos viajeros que tenían que cruzar por estos territorios, unido al esfuerzo de la ascensión y a la precariedad de los caminos, el cielo amenazador movido por un viento helado, la falta de refugio y de ayuda en caso de necesidad. Para los lugareños era diferente, un: “es lo que hay” define su actitud ante estos territorios, se iba a ellos por necesidad, para obtener un beneficio y solo cuando el tiempo y la nieve lo permitía, para ellos era un lugar donde realizar un trabajo para vivir y no una anécdota que contar o una inspiración para la literatura o la pintura. La actitud de los viajeros ante estos territorios cambió, de la repulsión se pasó a la admiración, de paisajes hostiles pasaron a ser después paisajes soñados, deseados, sublimes; la atracción por el abismo, por la naturaleza que es superior al hombre, que te puede destruir,… (awe) el temor reverencial de los románticos. Actualmente estos viajes casi se han convertido en un rito iniciático, una demostración de pertenencia al grupo, si no has subido a tal pico, entonces ¿para que has ido a esa montaña?
Me cruzo con un grupo que baja del collado, bromeamos a pesar del fuerte viento, no les extraña tanto que vaya solo como que no tenga la intención de subir a ningún pico, ni siquiera al collado, a veces es difícil explicar que he llegado hasta aquí solo a ver de donde surgían unas rocas que recogí hace años.  
Yo estuve aquí hace cerca de treinta años con la que era mi novia, dormimos en la tienda de campaña junto al embalse, y después de una noche de amor apareció un día de sol y calor, y mi recuerdo es alegre, y aún guardo las dos rocas que me baje de aquí, siempre las he considerado esculturas de autor desconocido o tal vez sería mejor decir varios autores, y fue el inicio de mi interés por la geología. Hoy estoy solo y con los nubarrones del cielo el tiempo es inquietante, pero me siento feliz pues en estos lugares y en estas condiciones noto la intensidad de la vida como en ningún otro lugar; a pesar de que la única nota tranquilizadora es un grupo de ovejas que rumian tumbadas con total placidez ajenas al cielo. Paso cerca de ellas y casi no se inquietan, se levantan con pereza pero se vuelven a echar en cuanto ven que mi interés es otro.
Voy de canchal en canchal, los escarpes de donde salen las rocas que busco quedan altos y esta manera es más cómoda de acceder a sus secretos, cuando las encuentro me siento como un niño en una tienda de golosinas acompañado por su padrino el día de su cumpleaños, o como un adulto con un cheque regalo en unos grandes almacenes (a pesar de todo, mis emociones no creo que sean diferentes del resto de humanos) miro, selecciono, voy acumulando en montones, después las voy seleccionando para eliminar peso, fotografío lo que no me puedo llevar y recojo más, así varios ciclos, sumido en un concentración-excitación difícil de explicar, al menos para los montañeros que me ven moverme inquieto entre pedruscos mientras ellos toman la parte final de la ascensión hacia el collado. Al final entra la razón, bueno eso y el bajón de la emoción, el reducido espacio de la mochila y el largo camino de bajada reduce mis trofeos a una roca, pero ¡qué roca! Fantástica, pero no tanto como el recuerdo de las dos primeras que cogí hace treinta años.



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