jueves, 17 de mayo de 2018

EL ESPINAZO DEL DRAGÓN

Panoramica de la parte final del pliegue de Guara: 4 estribaciones del Frachinito, 3 Borón. Conglomerados del Valle del Ebro: 2 mallos de Ligüerre. 1 río Guatizalema
          La brisa chocaba contra el escarpe que había por debajo de mis pies y esa corriente de aire era aprovechada por una pareja de chovas que se desplazaban lentamente, sin mover apenas las alas, y si lo hacían era más para guardar el equilibrio que para avanzar; así recorrieron a mi altura el escarpe una o dos veces de manera que yo podía ver el rojo anaranjado de sus picos y sus patas plegadas bajo la cola como diminutas ascuas entre el negro una noche oscura. Yo las miraba y ellas me devolvían la mirada, y no creo que fuese por la curiosidad de saber qué hacía yo en un lugar tan apartado, simplemente esperaban a que yo me sentara a comer y les dejara algún presente en forma de migajas de bocadillo.
         El lugar donde estaba se encontraba fuera de las sendas habituales, pues estaba cerca de un pico sin importancia por no ser de los más altos, pero proporcionaba una vista diferente de los lugares conocidos por mí y tantas veces andados; y en especial de la senda que remonta el río y que tanto transité el invierno pasado. Desde este lugar podía ver los escarpes de roca bajo los que discurría el camino y que tanto me acompañaron en el ir y venir por la senda, desde ella parecía una sucesión de paredes verticales sin más, pero ahora las podía observar de tú a tú y darles un sentido. 
Contacto entre las calizas de Guara (2) y los conglomerados del Valle del Ebro (2) que son más modernos y resultado de la erosión del Pirineo.
       El lugar permitía visualizar la convulsa geología de la zona, un gran pliegue que venia de lejos, retorciéndose por la ladera de la sierra, pliegue de estratos verticales que la erosión había “descabezado”, eliminado la charnela donde se juntaban los flancos del mismo, era como si cogiéramos un libro lo pusiéramos con el lomo hacia arriba y se lo arrancáramos. El resultado recordaba más al espinazo de un dragón que se ondula para al final sumergirse por debajo de una capa de rocas más jóvenes, sus propios sedimentos petrificaos. Pero esta nueva capa de rocas era como tortugas redondeadas de aspecto inerte, sin tensiones y ni convulsiones que las hubieran despertado del sopor de los primeros rayos de sol, solo una leve inclinación por el ímpetu del dragón de rocas mas antiguas. La juventud, tranquila sosegada frente a la madurez impetuosa y expresiva, con la geología ocurren estas contradicciones.
         Los huecos que había creado la geología eran rellenados por la vegetación, la roca solo era cubierta solo una pátina de líquenes, pero allí donde las grietas permitan penetrar a las raíces crecían pequeñas plantas y algún arbusto atrevido; aún así las grietas mayores y las repisas llenas de sedimentos permitían la existencia de bosquetes colgados sobre el vacío, creciendo como jardincillos desbordados a modo de pequeñas selvas, en lugares inaccesibles donde no llegaban ni las cabras la única limitación era la competencia entre las plantas por el más escaso recurso del agua. 
Robles olvidados
          Donde la roca era más blanda, como en los collados y las laderas llenas de derrubios, un tapiz de verde cambiante según la especie dominante y la época del año lo iba cubriendo todo; el bosque iba recuperándose despacio, después de una larga época de explotación humana. Hasta estos lugares aislados y remotos llegaron los carboneros, no buscando la fortuna sino la mera supervivencia de los suyos. 
         El vallecito que se encontraba bajo mi escarpe siempre debió ser un lugar apartado pues se veían grandes robles, añosos y retorcidos, sin muestras de haber sido podados, como era costumbre por la zona con los más accesibles. Incluso se apreciaban árboles muertos en pie, troncos aún erectos pero ya sin ramas a la espera que la labor de hongos e insectos les permitieran tumbarse y descansar al fin, aportando los nutrientes de su madera al suelo, y por lo tanto sus moléculas comenzando de nuevo la rueda de la vida. La rueda de la vida convertida en la rueda de la fortuna que siempre toca, aunque no sabemos en que organismo se encarnarán sus moléculas ya libres, tal vez árbol de nuevo, o tal vez en un animal que se alimenta de él.
         Estos retazos de bosque es lo más cercano que tenemos hoy día de un bosque viejo. De ellos es donde debemos aprender como funciona la naturaleza, y cuanto más aprendemos más nos sorprende, pues nos rompe nuestra idea de algo inamovible para mostrarse como algo dinámico y que no se ajusta a las sentencias con que solemos describirla, como la juventud sosegada y la madurez impetuosa de las rocas.    


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