No hay nada como un día de
lluvia, para quedarse en casa o para salir a dar un paseo por el campo.
Esta evidente
contradicción y tiene una explicación sencilla:
La primera es la de la
comodidad: calentito, tranquilito, hummm… el elogio a la pereza, además tiene
una explicación científica. El ser humano es diurno, la luz intensa estimula la
parte del cerebro que regula los ritmos corporales y eleva nuestro estado de
ánimo, nos hace estar activos y despiertos. Al atardecer o cuando hay poca luz
perdemos estipulación y nos preparamos para el descanso y el sueño, y si dura
mucho la falta de luz nos ponemos “depres”.
La
segunda es la curiosidad, (que sonido produce un árbol que cae en mitad de un
bosque desierto), que ocurre cuando no hay nadie para ver que pasa porque todos
nos quedamos en casa?. Nos ponemos nuestra vestimenta de alta tecnología: botas
de goma y paraguas, y salimos; no hay que irse lejos, tan solo con que
paseemos por los caminos cercanos. Y vemos varias cosas:
-Cuando llueve con fuerza
todos los animales buscan refugio, las plantas se doblan por la fuerza del agua
y nosotros nos apretamos al paraguas. Donde hay pendiente y poca vegetación la
lluvia rápidamente escurre en regatos de agua terrosa que se van uniendo en
barranqueras cada vez más salvajes. Al poco de cesar de llover disminuye el
caudal rápidamente, pero no sus efectos, algunos pies de plantas arrancados y
surcos en la tierra desnuda, el espectáculo solo ha durando unos pocos
minutos pero hay que verlo para creerlo.
-No vemos
nada más allá de unos pocos metros, ahora estamos dentro de la nube que poco a
poco se desplaza y se levanta. De esta manera nos va insinuando veladamente el
relieve que nos rodea, árboles aislados o rocas que nos habrían pasado
desapercibidas con sol ahora cobran importancia.
Nubes despejándose en el valle del río Flumen |
Dicen que las acuarelas japonesas se
basan en esta experiencia, no es tanto lo que vemos como lo que imaginamos
que vemos, que es lo que nos gustaría ver ¿sencillo no?.
-Los animales
empiezan salir un rato después de la lluvia, ni a los caracoles ni a los sapos
les gusta la gotas de agua sobre el cuerpo, bueno a nosotros no nos gustaría
que nos tiraran cubos de agua, la escala seria parecida, consecuencia el
próximo día saldré cuando deje de llover.
El campo parece
diferente, los colores están más saturados, más intensos como con una capa de
barniz, la luz suave y uniforme con crea contrastes sol-sombra, el olor a
tierra mojada, a ozono. Sobre el suelo de arcilla desnuda aparecen unas
inquietantes masas gelatinosas, son unas colonias de algas muy primitivas
llamadas verde-azuladas o cianocífeas, cuando no tienen humedad parecen unas
costras resecas, así esperan indolentemente aletargadas la lluvia o a los
periodos de niebla, cuando se hidratan toman un aspecto cartilaginoso y de un
color verduzco, es el nostoc.
Pero no está solo, sobre las ramas de algunos
enebros hay otros seres cartilaginosos, esta vez de color naranja, medio
traslucidos y con aspecto de gominolas a medio comer, marco el lugar con un montón de piedrecitas, días después vuelvo a visitar el enebro y solo queda una fina película que cubre la rama, nada que ver con el día de lluvia.
El hongo Exidia saccharina sobre una rama de enebro |
Algún sapo junto al
camino, me mira con cara de extrañeza ¿y tú que haces aquí? debe preguntarse,
lo dejo con sus pensamientos y continuo con mi paseo. Es curioso pero los
caracoles parece que abundan en los lugares más secos y ahora han decidido
todos salir a la vez, en especial los que no se comen y siempre pasan
desapercibidos. De hecho muchos se que existen por encontrar sus conchas
vacías, ahora los puedo ver en acción, con su concha cónica Zebrina detrita, veo que no se alimenta de plantas como creía sino de los desechos de estas.
Vuelve a llover y ahora con
intensidad, es el momento de volver y hacer el elogio de la pereza dándole
vueltas a las cosas que acabo de ver. No hay como un día de lluvia.
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