Estoy sentado sobre el suelo disfrutando de los últimos
momentos de sol del día, mientras la luz ilumina rasante un mar de nubes con
todas las texturas del blanco, palpitante se mueve como si fueran olas pero
lentas, muy lentas: chocan, se rompen, salpican y envuelven las peñas de san
Miguel, para retroceder y empezar de nuevo otra vez, con delicadeza, con
dulzura sin ni siquiera mojar la roca.
Ante espectáculos así, me siento como en una sala de
cine donde se proyectan las grandes obras de la cinematografía, y a pesar de
estar yo solo en la sala, el operador cumple con su trabajo con el mismo celo
como si la sala estuviera abarrotada de publico; y disfruto del espectáculo sabiendo
que si yo no estuviera y la sala estuviera totalmente vacía el operador
continuaría realizando su trabajo pues lo importante no son los espectadores
sino saber que la magia se produce de nuevo, aunque nadie lo vea, pero de forma
que si alguien llega, aunque sea de forma accidental, pueda disfrutar de este
espectáculo, de la naturaleza.
Sobre el mar de nubes un par de buitres vuelan de peña
a peña, seguramente poco convencidos del posadero que habían elegido para pasar
la noche, y a pesar de la menguante luz lo hacen tranquilos dando grandes
aletazos, como si la decisión fuera tan importante que se tiene que tomar
despacio; mientras, las grallas se desplazan en grupo, inquietas, con su
algarabía habitual que rompe el silencio del atardecer, sumergiéndose en los
girones de nubes para luego volver a aparecer y poco apoco ir silenciándose. De
pronto, aparece sobre el blanco vapor de las nubes la incisiva silueta de un
halcón, con el vuelo decidido de quien tiene claras las cosas, ¿a donde irá a
estas horas?.
La niebla en contacto con superficies frías, como la
vegetación o las rocas, las moja al precipitarse en gotas de agua, entonces
decimos que la nieva es meona.
Pero como las temperaturas pueden ser de varios grados
bajo cero esta mojadura se hiela formando escarcha o rosada. Puesto que a lo
largo de varios días es posible que no se superen los cero grados, pues continúa
la inversión térmica y además la niebla no deja pasar los rayos del sol, que
son los que podrían calentar la superficie del suelo y derretir la escarcha
esta se va acumulando día tras día formando grandes cristales blancos rodeados
por el blanco de la niebla. A estas formaciones en algunos lugares se las
denomina dorondón. Cuentan de ramas de arboles rotas por el peso de la escarcha
acumulada en ellas por la niebla dorondonera.
Dorondón sobre una tela de araña |
Al final, después de varios días, el aire empieza a
moverse, la niebla se levanta, las capas de aire se mezclan, hace frío pero al
menos se nota el calor del sol y su luz intensa nos anima al menos durante el
día, que dentro de poco comenzará a alargar hacia la primavera, aunque antes tenga
que pasar el invierno.
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