Ibon de Labaza, al fondo entre otros el Garmonegro |
El
aspecto del paisaje en un día soleado del verano es seco y emocionalmente
desolador, especialmente si no te gustan los lugares aislados, con escasas
muestras de vida y con la referencia de actividades humanas reducida a pequeños
mojones de piedras dispersos y que en su conjunto definen el camino de acceso.
Curiosamente
aquí hay un ibón (lago) formado por el agua del deshielo, cristalina, pura, tan
pura que supone un problema para la vida, pues no tiene casi nutrientes y de
hecho no se ven plantas en la orilla, ni bajo el agua, tampoco larvas de
anfibios realizando la metamorfosis, ni insectos acuáticos. Solo una pátina
pardusca recubre partes de roca, seguramente son sedimentos con algún alga
primitiva, esto dicho con la seguridad de saber que siempre hay vida, aunque
solo sean bacterias a pesar de las condiciones más espartanas.
Si
al menos alrededor del ibón hubiera más pasto, este atraería a sarrios y a
ovejas, y sus cagaletas lavadas por la
lluvia aportarían nutrientes al agua haciéndolo más rico en vida; pero son tan
pequeños los parches de pasto que dudo que les compense a los herbívoros
acercarse a ellos.
A
pesar del aspecto seco del valle, del ibón sale gran cantidad de agua que, como
tiene que pasar entre piedras, en algunos recodos la corriente ha ido
acumulando lo que parece ser una película orgánica. Si perdemos un poco de
tiempo en mirarla (siempre hay que dedicarle tiempo a las cosas insignificantes)
vemos que son las “pieles” de las larvas de mosquitos, seguramente de los
mismos que me doy cuenta ahora que revolotean a mi alrededor no sé si con
curiosidad o con hambre, y que debajo del agua, sobre la roca, hay unas manchas
verdes cubiertas de burbujas de aire, no son algas sino musgos acuáticos.
Piscardos, Phoxinus phoxinus |
Mientras
contemplo estas insignificancias, en el ibón oigo un chapoteo y aunque veo las
ondas en la superficie del agua no distingo quien lo ha provocado, entonces al
fijarme en el fondo descubro lo que parecen ser pistas de algún invertebrado
que ha pasado arrastrándose por encima de los sedimentos que cubren la roca.
Sigo la corriente y el musgo acuático cubre prácticamente en lecho de rocas que
desagua en otro pequeño ibón, también parece sin vida pero de la orilla
calentada por el sol surge un banco de pequeños peces. Alguien debió pensar que
estos lagos aparentemente sin vida donde nunca ha habido peces serían un buen
lugar de pesca, por eso introdujeron truchas y para que estas se desarrollaran
bien también introdujeron piscardos para que fueran su alimento. Esto debió
funcionar hasta que las truchas se empezaron a reproducir y los piscardos a
alimentarse de las puestas y alevines de estas. Resultado, en el mejor de los
casos grandes bancos de piscardos, y unas solitarias y enormes truchas sin
descendencia, y toda la vida de estos lagos alterada.
Ahora
que el agua parece llena de vida las orillas también, un lagartija se solea a
más de 2400 metros de altitud, vivir aquí es toda una hazaña para un ser tan
pequeño y de “sangre fría”, un par de armiños saltan jugando entre las piedras,
si ellos están aquí también habrá roedores, y una pareja de sarrios se
escabulle de la mirada ante un territorio que parecía desierto pero por
supuesto no lo está. Un fantástico lugar donde disfrutar de cómo la vida se
desarrolla incluso en los lugares más hostiles.
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