viernes, 15 de agosto de 2014

LABAZA (II, EL LAGO)

Ibon de Labaza, al fondo entre otros el Garmonegro


El aspecto del paisaje en un día soleado del verano es seco y emocionalmente desolador, especialmente si no te gustan los lugares aislados, con escasas muestras de vida y con la referencia de actividades humanas reducida a pequeños mojones de piedras dispersos y que en su conjunto definen el camino de acceso.
Curiosamente aquí hay un ibón (lago) formado por el agua del deshielo, cristalina, pura, tan pura que supone un problema para la vida, pues no tiene casi nutrientes y de hecho no se ven plantas en la orilla, ni bajo el agua, tampoco larvas de anfibios realizando la metamorfosis, ni insectos acuáticos. Solo una pátina pardusca recubre partes de roca, seguramente son sedimentos con algún alga primitiva, esto dicho con la seguridad de saber que siempre hay vida, aunque solo sean bacterias a pesar de las condiciones más espartanas.
Si al menos alrededor del ibón hubiera más pasto, este atraería a sarrios y a ovejas, y  sus cagaletas lavadas por la lluvia aportarían nutrientes al agua haciéndolo más rico en vida; pero son tan pequeños los parches de pasto que dudo que les compense a los herbívoros acercarse a ellos.
A pesar del aspecto seco del valle, del ibón sale gran cantidad de agua que, como tiene que pasar entre piedras, en algunos recodos la corriente ha ido acumulando lo que parece ser una película orgánica. Si perdemos un poco de tiempo en mirarla (siempre hay que dedicarle tiempo a las cosas insignificantes) vemos que son las “pieles” de las larvas de mosquitos, seguramente de los mismos que me doy cuenta ahora que revolotean a mi alrededor no sé si con curiosidad o con hambre, y que debajo del agua, sobre la roca, hay unas manchas verdes cubiertas de burbujas de aire, no son algas sino musgos acuáticos.
Piscardos, Phoxinus phoxinus  
Mientras contemplo estas insignificancias, en el ibón oigo un chapoteo y aunque veo las ondas en la superficie del agua no distingo quien lo ha provocado, entonces al fijarme en el fondo descubro lo que parecen ser pistas de algún invertebrado que ha pasado arrastrándose por encima de los sedimentos que cubren la roca. Sigo la corriente y el musgo acuático cubre prácticamente en lecho de rocas que desagua en otro pequeño ibón, también parece sin vida pero de la orilla calentada por el sol surge un banco de pequeños peces. Alguien debió pensar que estos lagos aparentemente sin vida donde nunca ha habido peces serían un buen lugar de pesca, por eso introdujeron truchas y para que estas se desarrollaran bien también introdujeron piscardos para que fueran su alimento. Esto debió funcionar hasta que las truchas se empezaron a reproducir y los piscardos a alimentarse de las puestas y alevines de estas. Resultado, en el mejor de los casos grandes bancos de piscardos, y unas solitarias y enormes truchas sin descendencia, y toda la vida de estos lagos alterada.
Ahora que el agua parece llena de vida las orillas también, un lagartija se solea a más de 2400 metros de altitud, vivir aquí es toda una hazaña para un ser tan pequeño y de “sangre fría”, un par de armiños saltan jugando entre las piedras, si ellos están aquí también habrá roedores, y una pareja de sarrios se escabulle de la mirada ante un territorio que parecía desierto pero por supuesto no lo está. Un fantástico lugar donde disfrutar de cómo la vida se desarrolla incluso en los lugares más hostiles.

No hay comentarios:

Publicar un comentario