El acceso
La colonia de mamíferos
La playa es la frontera entre la tierra y
el mar. En ella las olas arrojan sus
presentes como agradecimiento por los nutrientes aportados desde la tierra por
los ríos y el viento. Ahora “limpian” las playas y desaparecen estas ofrendas
junto con la basura de origen humano. Ya
no se ven las bolas de las fibras de posidonia, ni los crustáceos saltadores
que había en los montones de algas. Lo mismo ocurre con los caparazones de los
animales marinos, ya no se escucha el tintineo de las conchas mecidas por olas
mínimas, ahora ahogado por el bullicio playero. De niño me gustaba ir a la
playa después de los temporales para ver todos estos seres de las profundidades
del mar, inalcanzables de otra forma, que hacían del paseo por la orilla un
viaje de descubrimiento de los secretos del mar.
Insolación activa, exponer los rincones corporales al sol directo |
Contemplo ahora esta playa, si quitamos las
sombrillas me recuerda esas imágenes de las colonias de focas y elefantes
marinos de los documentales, (que nadie se ofenda, no se trata de volúmenes
sino de actitudes), en descanso activo o en actividad descansada. Para estos mamíferos marinos la playa es
además un lugar de reproducción donde encontrar pareja, copular, parir y
amantar a las crías.
Recuerdo un playa urbana: arena, paseo de
obra con raquíticas palmeras y un fondo de edificios, una imagen paradisiaca
del horror de la costa urbanizada. En las tollas sobre la arena ellas untaban
su cuerpo con bronceador; cerca, ellos jugaban a luchar. ¡Cuanto más
bronceador, cuanto mejor extendido, más activa era la exhibición atlética, sin
duda una coincidencia.
La duna libidinosa
Al final del paseo hay una duna de arena, o
lo que queda de ella; está medio poblada de plantas adaptadas al salitre, al
viento abrasivo cargado de arena, al suelo suelto en contínuo movimiento, a la
falta de agua, al calor que desprende la arena a mediodía. Los organismos de la primera línea de las
dunas son héroes que luchan contra las condiciones ambientales, creando un
ambiente mejor para los que vienen detrás. Pero no pueden con el pisoteo, ni
aún menos con la urbanización de la costa. Más hacia el interior, a barlovento,
pinos y arbustos se funden en un espeso seto en forma de cuña. Las yemas del año seguramente serán podadas
por el viento cargado de sal de las tormentas de levante. Por eso la vegetación toma forma aerodinámica
para ofrecer la mínima superficie al viento.
A sotavento diminutos bosquecillos de pinos de troncos retorcidos con
muchas ramas secas. De vez en cuando, un hombre solitario se sube a lo alto de
la duna, durante unos segundos o minutos se queda oteado el horizonte, como
viendo, como dejándose ver. A veces desaparece entre los pinos. A veces poco después, otro hombre lo sigue
convencido.
Directamente proporcionales |
¿Qué hago yo aquí?
Seguramente vigilar mi inversión, la
perpetuación de mis genes y los de mi mujer. Él, en este preciso instante,
después de abandonar el castillo de arena, la partida con las palas, el cubo
con los cangrejos, y la pelota hinchable esa que siempre va a parar al vecino
más malhumorado, está dando saltos entre las olas, como el niño que es. Hay dos
estrategias reproductivas, (llamadas “r” y “K”). En la primera, el éxito depende del número de
descendientes, cuantos más mejor; pero luego no hay un esfuerzo en
cuidarlos. El ejemplo más claro son los
peces que ponen miles de huevos y los abandonan a su suerte; será un éxito si unos
pocos salen adelante. La segunda estrategia ya más humana se basa en tener
pocos descendientes, pero es necesario aplicar un gran esfuerzo en criarlos,
tutelándolos durante un largo periodo hasta que son válidos por sí mismos. Para
mantener este esfuerzo a lo largo del tiempo, por encima de los recuerdos de
vida anterior, la bioquímica viene en nuestra ayuda y segregamos unas hormonas:
la oxitocina y la vasopresina, también llamadas las hormonas de la
satisfacción. Ese es el verdadero premio a nuestro esfuerzo, por encima del
cansancio, el aburrimiento y los enfados: “el nuestro el más majo”.
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