Abetal de la Selva de Lasieso en invierno |
Ante mí se extendía un claro en el bosque, aunque
quedaban árboles dispersos se notaba el vacío dejado por los talados, por los
troncos retirados; las ramas abandonadas de los abetos con las acículas aún
verdes que tapaban el suelo y las huellas de la maquinaria dejaban claro que la
corta había sido reciente, ese mismo invierno.
Ante esta imagen hace años mis emociones habrían pasado
del enfado a la indignación y finalmente a la tristeza, por que talar estos
árboles? no había madera en otro lugar que en esta maravillosa selva?.
Ahora esta situación la veo como una oportunidad de
aprender de los propios árboles talados; bajo las ramas cortadas y abandonadas
quedan los tocones, y en sus anillos de crecimiento esta escrita su vida, su
historia año a año, y que no siempre es como esperamos que fue.
Abetos en las fajas de Ixable de la Selva de Lasieso, se aprecian los muertes de piedra para sujetar los bancales |
Este, a pesar de su aspecto antiguo y sombrío, con
grandes y altos abetos cubiertos de plantas trepadoras, muérdago y en los
contrafuertes de su base una pátina de musgos y verdín (algas terrestres), no
es un bosque muy viejo. De hecho los árboles crecen sobre antiguas fajas de
cultivo que aún mantienen sus espuendas de piedra seca ya algo derruidas por el
tiempo de abandono. De las últimas engullidas por el bosque los más viejos del
lugar las recuerdan como pasto del ganado, que es el paso previo al abandono
total de los campos de labor.
Si el bosque no es antiguo, tampoco lo eran los abetos
que cortaron a pesar de su tamaño (los mayores de 1 metro de diámetro en el
tocón) pocos superaban los 100 años y los que lo hacían era por los pelos. Sus primeros
anillos de crecimiento con su perfecta forma circular nos cuenta que estos árboles
crecían muy derechos y que no están expuestos a fuertes vientos tal y como ocurre
dentro de una masa forestal cerrada; y que estos primeros años de vida el
crecimiento fue muy escaso con anillos estrechos (poco más de 1 mm ), como es
una zona de alta pluviosidad (entre 1200 y 1300 mm de precipitación anual), sin
sequía estival y además el bosque se asienta sobre un profundo suelo de
coluvios de ladera, se deduce que lo que limitaba el crecimiento era la luz; se
encontraban bajo el dosel de abetos de mayor tamaño y la luz que llegaba al
suelo del bosque solo era suficiente para mantenerse y no para crecer.
Pero, sigo con la lectura de los anillos, algo ocurrió
que hizo que de un año a otro los árboles tuvieran un crecimiento explosivo,
que se inicio en muchos con una gran cicatriz que se extendía hasta ocupar la
tercera parte del perímetro de su tocón; y este cambio no ocurrió una vez sino
dos, además en todos los troncos estudiados coincide con los años 1965 y 1982;
además la forma de los anillos dejo de ser cilíndrica para comenzar a formar
lóbulos, que serian los contrafuertes que refuerzan al árbol ante tensiones
como el viento.
eliminaron a los árboles dominantes, los
señores del bosque que acaparaban la luz solar en lo alto de la bóveda
forestal; también fueron responsables de la grandes heridas vistas en los
anillos seguramente por golpes en el transporte de los troncos cortados, pues
la zona muestreada se encuentra en la parte baja y salida de las trochas por
donde se baja la madera. Y como tantas veces ocurre en la naturaleza las
desgracias de unos es el beneficio de otros y los abetos jóvenes que malvivían
a la sombra y que tal vez habrían muerto sin tener la oportunidad de
desarrollarse al completo, empezaron a recibir toda la luz del sol. Con el mayor
aporte de energía, y recordemos sobre suelo profundo y sin sequía estival, a
pesar de disponer solo entre 8 y 6 meses al año para crecer por encontrarse en
una fría umbría, experimentaron un gran desarrollo y sus anillos pasaron a ser
más anchos, mucho más (por encima de 1 cm, diez veces más que antes de la tala);
aunque hay que tener en cuenta que también que un exceso de sol al eliminar la
bóveda forestal puede desecar el suelo y a los abetos jóvenes. Los abetos
supervivientes también quedaron más desprotegidos del viento y su mayor altura
se compenso con los contrafuertes que crearon los anillos lobulados más
recientes.
Pero los anillos nos cuentan más cosas como años de
menor crecimiento por sequía años :
2012, 2005, y 1986 o frío en los años finales de la década de los 70. También
que un insecto forestal ( Epitonia
subsequana, sabemos la especie porque cuando ocurrió quedo registrado por
el MAGRAMA ) se convirtió en plaga los años 1995
al 1997 pues las orugas de esta polilla consumieron gran parte de las acículas
de los abetos, estos con menos follaje realizaban peor la fotosíntesis lo que
se tradujo en menor crecimiento y por lo tanto anillos más estrechos.
Pensamos en un bosque como algo inmóvil, siempre igual
y no es así, los árboles jóvenes esperan la caída de los dominantes, el viento,
las tormentas, una tala,… pues si han de esperar a su decrepitud seguramente
ellos mueran antes en la sombra.
Tocones después de la tala |
Este es el ejemplo de un rodal de abetos con pino
silvestre en la Fajas de Ixabale en la Selba de Lasieso, este bosque situado en
un umbría accesible y junto a uno de los grandes ríos del Pirineo que se usaban
para bajar madera, el Gállego, debió estar muy explotado, mucho más que en la
actualidad, en la época de la navegación a vela para usar los troncos de los
abetos en la elaboración de mástiles. Y lo ocurrido aquí no lo podemos
generalizar con todos los bosques, ni siquiera con todos los abetales, por ejemplo
el de la Betosa de Guara fue talado en los años 50, nunca se había sacado
madera de ahí, cuentan de abetos que cortaron y no pudieron trasportar por su
peso, ahí perdimos la oportunidad de conocer un abetal primario, pero a pesar
de estar situado en su limite sur de distribución se recupera bien, mientras
que otros abetales en zonas más favorables del Pirineo sufren la perdida de
ejemplares años tras año sin saber bien las causas.
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