viernes, 20 de octubre de 2017

LOS ÁRBOLES NOS CUENTAN SU VIDA

       
Más que por su tamaño los árboles nos indican su ancianidad con la forma: escaso follaje, troncos anchos pero no esbeltos, abundante madera muerta, ápices secos, copas aplanadas. En la ilustración ejemplares de pino negro.
       Si comparamos un tigre que habita en los Sundarbans del golfo de Bengala, el bosque de manglares más extenso de este planeta y por lo tanto un lugar cálido y húmedo, con un tigre siberiano y por lo tanto de un lugar frío y más seco por su lejanía a la costa, veremos que a pesar de sus diferencias de tamaño, espesor del pelaje, coloración a ambos los reconoceremos en su aspecto como tigres.
Comparamos ahora una sencilla carrasca, ¿cual es el aspecto del canon de carrasca?: copa densa y esférica, copa más laxa y alta, achaparrada, con multitud de troncos. Todas esta formas responden a carrascas en diferentes hábitats y condiciones ambientales: árbol solitario, componente de un bosque maduro, matorral por excesiva presión de los herbívoros o el rebrote después de una tala o de un incendio.
Diferentes aspectos para una misma especie, la carrasca: matorral, recete, forma forestal, ejemplar solitario.

         Los árboles como el resto de plantas no tienen una forma final fija, es decir árboles de la misma especie en ambientes con condiciones ambientales diferentes tendrán aspectos diferentes, reconoceremos su hojas, sus flores, el aspecto de su corteza pero la forma y el tamaño del tronco y de la copa podrán variar mucho.
         Los árboles tienen unos patrones de crecimiento determinados, unos módulos que repiten, y su funcionamiento es más parecido a una colonia en la que todas las partes son importantes pero ninguna imprescindible, que a un individuo.

         Si bien esto es un inconveniente para identificar la especie desde cierta distancia sino podemos ver bien detalles como las hojas, podemos aprovechar su aspecto general para deducir algunas de la condiciones ambientales del lugar donde viven.
         Pensemos en nuestra carrasca solitaria en mitad de la llanura, recibe luz desde todos los ángulos por lo que su copa es esférica, otras especies como la sabina albar, si nadie ni nada las poda conservan la forma de arbusto incluso ejemplares de 10 metros de altura mantienen sus ramas a ras de suelo. Una carrasca de la misma zona pero que se encuentre dentro de un bosque tendrá una apariencia diferente, aquí el problema es la competencia por la luz que solo proviene de la parte cenital, todo su follaje se concentrara en la parte superior, su copa recordara más a un parasol. Como el resto de sus vecinos procuraran captar más luz siendo más altos, se destara un competición por la altura;  nuestra carrasca solitaria no necesitaba la altura para llegar a la luz, cuando más alta más le afectará el efecto del viento lo cual puede ser un problema.

         
Diferentes especies con formas en bandera por viento: enebro común, pino negro y tejo.

       Nosotros al efecto del viento nos le solemos dar importancia, si nos molesta nos movemos a una zona donde no sople, pero si somos un organismo que vive fijo al sustrato puede llegar a ser un problema importante, el viento enfría, deseca, puede transportar partículas que dañen la cutícula de hojas y ramas jóvenes, puede enterrar la vegetación o desenterrar las raíces como ocurre con las dunas móviles, y su fuerza puede tumbar a un árbol. De hecho los árboles que viven en zonas ventosas, especialmente junto a la costa suelen tener formas aerodinámicas, o crecer al abrigo de una roca, o si no hay nada mejor sus ramas y el follaje se desarrollan al abrigo de su propio tronco. En un grupo de árboles o en un bosque el efecto se diluye mientras se mantengan compactos, pero el  hueco dejado por la caída de un árbol una rotura del dosel puede hacer que el viento entre, y los árboles del interior no están preparados para soportarlo y caen con más facilidad.

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