Chopos cabeceros después de un escamonda reciente |
Mire donde mire solo veo un paisaje
monótono de cerros redondeados, cubiertos de un ralo pasto y de matorrales
bajos; de vez en cuando aparece alguna atrevida sabina albar en las solanas,
sabinas negras en los pequeños escarpes, y un matorral de rebollos (Quercus faginea) en las laderas más
umbrías aún salpicoteadas de blanco por la nevada del día anterior.
El aspecto agotado de estos cerros, más si
vamos en invierno, es el resultado del exceso de pastoreo que hubo en estas
tierras del Jiloca (Teruel); este fue un territorio de pastos para los rebaños
de ovejas, y como en tantos sitios hubo más animales que comida, su relieve
amable poco abrupto facilito el aprovechamiento de los recursos de todos los
rincones de este territorio.
Pero estos cerros amables y agotados
delimitan unos valles estrechos, por donde escurre el agua que dejan las
escasas precipitaciones, y como dicen en esta zona forman un “oasis alargado”.
Como es de imaginar no quedaron al margen de la explotación y los dedicaron a
la producción de leña y madera para la construcción, aunque con un régimen
especial, pues aunque no se mantuvieron salvajes conservaron cierta
naturalidad, a pesar de ser casi un “cultivo industrial”.
El valle del rio Pancrudo |
Se sustituyeron los sotos por chopos y en
menor medida sauces blancos, ambas especies típicas de la orilla de los ríos,
de haber llevado un manejo habitual se habrían ido talando, para obtener madera
y la leña, y plantado para reponerlos; en lugar de eso se realizaba la
escamonda (esmochaban, podaban) de forma que el árbol al mantener sus raíces
intactas era capaz de recuperarse y la producción de madera se adelantaba, al
podarlo a dos ó tres metros del suelo se evitaba que el ganado incluyendo los
de labor pudiera comerse los brotes recién salidos y retrasar o impedir la
recuperación de los árboles.
La escamonda de los árboles, por un lado
adelantaba el envejecimiento de los árboles pues las heridas de la poda facilitaban
la entrada de hongos e insectos xilófagos que ahuecaban los troncos, así como
la formación de verrugas, huesas, duesas, y cabezas donde rebrotaban las ramas.
Por otro lado el continuo desarrollo de yemas durmientes y epicormicas,
fomentando el rebrote, favorecían una mayor longevidad del árbol.
Por poner un ejemplo de la importancia de
estos árboles trasmochos, o chopos cabeceros, en la pequeña cuenca del Pancrudo
había hace pocos años 21570 ejemplares
vivos, esto significa una línea, a veces más de una, a lo largo de cada orilla
de forma bastante continuada. De esta
manera se obtenían vigas para la construcción, viguetas para leña y también brosta (forraje) para los animales
partir de los rebrotes más bajos o de algunos ejemplares que se mantenían para
este uso.
Los chopos cabeceros no solo eran la
principal, por no decir única, fuente segura de madera y leña, sino que también
permitía abastecer a otras localidades.
Chopos cabeceros con las "vigas" bien desarrolladas |
Pero hay más estos árboles de aspecto senil
y troncos huecos son en si mismo un ecosistema donde viven una serie de
organismos especializados en descomponer la madera o alimentarse de los
descomponedores y de su restos, así como los que aprovechan los huecos como
escondite o lugar de reproducción, muchos de ellos tan especializados que sin
estos árboles, desaparecerían de este territorio.
Es curioso
pero cuando se abandona la escamonda, cuando “se pasa el turno” de estos
árboles, lo reflejan pues se vuelven puntisecos pues el árbol ajusta la altura
de follaje con las posibilidades de su raíces;
sus largas vigas ofrecen resistencia al viento y es posible que al final
cedan en su unión con el tronco, normalmente ya hueco, abriéndolo y acelerando
su decrepitud.
Así explotando
un recurso natural se protegían las orillas de los ríos de la erosión, y
permitía la existencia de una comunidad de organismos que no pueden vivir en
arboles jóvenes, un ejemplo de sostenibilidad.
Agradecimientos a Chabier de Jaime, a Fernando Herrero y a todos aquellos que
mantienen esta cultura.
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