Normalmente a lo cotidiano, no le
solemos prestar demasiad atención, de hecho si alguien nos pregunta por
ejemplo, sobre algún detalle de la fachada de enfrente de nuestra casa, resultara
que nos fijamos en ella los primeros días en que nos fuimos a vivir a esa calle
pero, ahora… ¿cómo es la fachada de enfrente?. La cosa se complica cuando
además de ser elementos cotidianos estos carecen de un interés a simple vista,
ni son llamativos, ni especialmente atractivos, tiene una función, la cumplen y
ya esta.
Algo
así ocurre que a finales del verano aparece un fruto que consumimos y apreciamos
por su dulzor, el higo. Conocemos su sabor, su aspecto inquietante si los
abrimos, y las diversas expresiones que lo mencionan, como: “tonto el higo”, (mejor
dicho: tontoligo), “de higos a brevas”, etc. Pero, ¿alguien se ha fijado en la
flor de la higuera de donde sale su fruto, el higo?.
Pero
vayamos al principio, la higuera silvestre o cabrahigo, nace de semillas en
roquedos y muros, y da frutos pequeños, apenas carnosos. Como la polinización
es muy especializada, pues una única especie de insecto concretamente una
avispilla se encarga de ella, las flores de la higuera están diseñadas
exclusivamente para las necesidades de esta, quedando imposibilitadas otras
formas de polinización como el viento o la intervención de otros insectos. La
dependencia del insecto también es total pues necesita del higo para poder
llevar a cabo su reproducción, que realiza en su totalidad en el interior de
este.
Al principio de
la primavera, los botones florales ya se encuentran en las yemas terminales y
contiene tres tipos de flores, masculinas, femeninas y estériles, estas últimas
servirán de alimento a los polinizadores, pues los insectos no polinizan gratis
y algún beneficio en forma de alimento obtienen. Seguramente nadie recuerda
haber visto estas flores, simplemente lo que ocurre es que no las vemos porque
se encuentran enceradas en una cápsula carnosa, donde se reúnen en gran número
formando inflorescencias, y a pesar de encontrarse juntas en reducido espacio,
las flores no se autofecundan pues cada sexo madura en diferente momento, y
sincronizadas con la llegada de las avispillas polinizadoras.
Las hembras de
la primera generación de las avispillas, penetran en los botones florales y
depositan los huevos en las flores estériles. De estos huevos, serán los machos
los que surjan antes, y nada más nacer buscarán a las hembras, fecundándolas a través
de la pared de las flores estériles donde aún se encuentran. Durante su efímera
vida los machos nunca saldrán al exterior, por eso carecen de alas, que además
de no necesitarlas les supondrían un estorbo para moverse entre las flores, una
vez concluida su función, fecundar a las hembras, morirán.
Las hembras ya fecundadas
salen al exterior, y como junto a la salida están las flores masculinas ya
fértiles, se impregnan de polen. Las hembras ya fecundadas, y cargadas de
polen, vuelan buscando otros higos para depositar su puesta. Una vez dentro del
higo, las hembras de avispilla al pasar entre las flores femeninas las fecundan
con el polen que llevan adherido en su cuerpo, con lo que el higo podrá madurar.
Ellas por su parte depositan sus huevos en las flores estériles y así aseguran
una nueva descendencia de avispillas, y sin quererlo de higos.
Las
inflorescencias primaverales maduran para el final de verano y otoño y dan
lugar a los higos, mientras que las inflorescencias tardías de finales de
primavera o del verano detienen su desarrollo en invierno y lo reanudan en la
primavera siguiente, madurando en junio del segundo año y dando lugar a lo que
llamamos brevas, y se encuentran sobre ramas de dos años. La tercera generación
de insectos procedentes de las puestas de junio inverna dentro de lo que serán
las futuras brevas.
Sin embargo las higueras
cultivadas son todas de flores hembras. Las avispillas entran en los higos de
estas y no encuentran flores estériles donde realiza la puesta, pero polinizan sin
querer las flores hembra con el polen que transportan. De esta forma el higo puede
madurar pero la avispilla no puede acabar su reproducción. Por esto las
higueras cultivadas (salvo las variedades actuales, partenogenéticas) necesitan
la presencia de las silvestres para que el fruto se desarrolle, con el aporte
de las avispillas.
Pero no acaba
aquí su relación con los animales, si abrimos un higo seco encontraremos
innumerables semillas diminutas, estas pasan a través del tubo digestivo de los
muchos animales que comen los higos, incluidos nosotros, pues su abundancia en
azúcar los hace tentadores incluso para algunos carnívoros como el tejon o el
zorro. De tal forma que con sus excrementos quedan las semillas rodeadas de
nutrientes y lejos de la planta madre. Las aves son grandes dispersadoras de
estas semillas y de hecho son las que “siembran” las higueras en lugares
inaccesibles para el resto de animales como paredes rocosas, o muros.
Por lo que
partir de ahora cundo veamos a alguien abrir un higo y contar lo asqueroso que
es pues parece lleno de gusanos le podremos decir por lo bajini: “caliente
caliente tontoligo”.
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