Aspecto del alud de Peña Blanca, Benasque, en agosto del 2015 |
Si nos imaginamos un Pirineo prístino,
donde la población humana aún no era capaz de modificar severamente su entorno,
y si hubiera habido un clima semejante al actual, los bosques se extenderían de
forma continua hasta por encima de los 2000 metros de altitud y, en las zonas
menos nubosas lejos de la costa, es decir con más horas de sol directo,
llegarían aclarándose progresivamente hasta los 2600 como ocurre en la solana
del barranco de Cregüeña. Estas zonas altas, por encima del bosque, estarían cubiertas
de pastos alpinos, pues las plantas de escaso porte pasan la mayor parte de las
épocas de frio bajo el protector manto de nieve (ver entrada 2013 diciembre:
Frío, frío que te quemas). Por debajo de estos pastos de altitud solo faltaría
el bosque en las zonas rocosas, sin suelo donde enraizar los árboles, y las calvas
de diferente origen, aunque siempre como consecuencia de una perturbación: la
caída de un árbol por ser ya muy viejo o por la fuerza del viento, un
deslizamiento de suelo, el derrumbe de una pared de roca, un incendio en las
zonas más mediterráneas, una riada en las orillas de cursos de agua, un alud y
poco más.
Desde el fondo del valle del río Ésera el bosque asciende, cada vez más aclarado, por la solana del barranco de Cregüeña, Benasque, hasta los 2600 metros de altitud |
Cuando a los primeros pobladores del
Pirineo la nieve del invierno les vetaba amplios territorios de la montaña, para
qué permanecer rodeados de nieve, con escasos recursos, si podían evitar la
situación desplazándose valle abajo en busca de mejores condiciones. En aquella lejana época seguramente
los aludes, de los que en verano únicamente quedaban sus efectos, se tomarían
por una fuerza misteriosa que arrasaba zonas de los bosques situados a mayor
altitud apilando los troncos de los árboles en el fondo del valle.
Los aludes son a la alta montaña lo que los
incendios a las zonas mediterráneas o las riadas a las riveras de los ríos,
forman parte de su dinámica. Los ecosistemas tienden hacia la estabilidad, pero
una vez encaminados en esa dirección, se alteran con las perturbaciones y a
empezar de nuevo. En el proceso entran nuevas especies de seres vivos al crearse
nuevos hábitats por lo que aumenta la biodiversidad, se liberan nutrientes, se
crean nuevos territorios, etcétera.
Antes de que el hombre tuviera capacidad
para transformar el territorio del Pirineo los aludes eran muy importantes, al
eliminar los árboles que con su sombra impiden el crecimiento de la hierba en
el suelo, crean zonas de pasto donde alimentarse en invierno los grandes
herbívoros pues permanecían sin nieve gran parte de esta estación, los aludes
creaban manchas de hierba en laderas completamente cubiertas de bosque, lo cual
significaba también un buen recurso para los antiguos pobladores de estas
montañas en forma de caza.
Vista desde el aparcamiento del Anayet: 1, hayas a 1650 metros de altitud. 2, estructuras de las pistas de esquí de Formigal |
Pero en el Pirineo desde el siglo XI se
quemó, se taló y se descuajaron las cepas de los árboles, transformando amplias
zonas de los bosques situados a mayor altitud en pastos para alimentar en
verano a los rebaños que pasaban en invierno en el valle del Ebro, aunque
también se realizaron talas para obtener la madera empleada en la construcción
de barcos, y carboneo para obtener el combustible de las herrerías mayores; el
efecto creador de pastos de los aludes ya no era necesario. Pero los árboles de
cotas altas ayudaban a retener la nieve, la anclaban, y ahora en grandes zonas
están ausentes y cuando la nieve acumulada se desliza y coge velocidad los
árboles de media ladera y del fondo del valle no pueden pararla.
Aún podemos ver ejemplos de esta
transformación empezada en la Edad Media y mantenida hasta nuestros días por la
ganadería, árboles grandes y solitarios, generalmente hayas, en mitad de
laderas completamente cubiertas de las herbáceas que forman los pastos. Estos
solitarios nos recuerdan que esta es una zona de querencia forestal aunque coincidan ahora con una pista de esquí
alpino, los auténticos pastos alpinos y supraforestales quedan aún mucho más
altos.
Nuestra relación con los aludes ha
cambiado, ellos siguen siendo lo mismo pues también ha cambiado nuestro uso del
territorio. La alta montaña en invierno ha sido hasta no hace mucho un lugar vacío,
desierto y los aludes eran algo lejano, pocas veces humanos y aludes
coincidieron; pero hoy la nieve es en muchas zonas de montaña un motor
económico, y los aludes un problema para las comunicaciones, generan pérdidas
económicas y también pérdidas en vidas humanas. Por eso ahora tienen la imagen
de un enemigo que, como poco, hay que prevenir y evitar.
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